28 March, 2008

Epílogo del silencio




Caminaba con recelo hacia mi casa. Del trabajo ni hablar, hoy me habían botado. Era aun temprano y las luces apagadas de casa me hacían pensar que no había nadie adentro. Mas, estaba equivocado.

La puerta estaba abierta. Me llenó una sensación de videntiza extrañeza al mirar que todo estaba en orden. No se escuchaba un ruido. Como cuando los niños se esconden y no quieren saber de que los encuentren. y precisamente eso pasaba.

No lancé el maletín como cada odioso día, en esperanza que los brazos de ella me recibieran con candor. No, hoy era distinto. Sentía la casa más sola que nunca, tan sola que me hacia pensar que era la única persona viva sobre la tierra. O sobre esta casa al menos.

Miraba como un perro nuevo todos los adornos que en 5 años hemos apilado,. Ese extraño instinto que nos hace creer que por mas chucherías que amontonemos en las vitrinas, mejor es nuestro matrimonio.


Abrí como de costumbre, nada parecía fuera de lo que yo consideraba normal. Más, para variar estaba equivocado.

En el momento que presioné el interruptor de la luz, todo se apagaba ante mi. Ella estaba allí, tendida sobre los edredones que han sido comunes de los dos, ahí estaba. Pero no estaba sola. Él estaba ahí ocupando mi sitio, donde mil veces dejé migajas de pan, rodeado de las represalias de ella.

Ambos me miraban fijamente. Yo fijé mi mirada en la repisa de la esquina. Las fotos de nuestro matrimonio nos miraban tristes des de su lugar, allá en el recuerdo, donde quizás ya nunca volverían. Él buscaba con los ojos una manera de escapar, ella una escusa que decir, más, no había ninguna ni salida ni excusa que valiera.

Mi mente se perdió en la inmensidad de la nada: paredes cuadros chucherías se escurrían en el devenir de infinitos minutos de miradas perdidas, de años perdidos. No pensaba nada, solo miraba, dejándole llevar por la telaraña de la sutil entropía que se apoderaba de mí.

Una última mirada fija a la que fue mi todo, acabó la dispersión. Ya no era nada. Dos disparos acabaron todo, el ruido, el silencio.


Ahora sí que no se oía ni un solo ruido en la casa. Ni una respiración se escuchaba en estas bellas paredes que solíamos adornar juntos. Sólo un ultimo disparo fue el epílogo del silencio, un epílogo de tanta historia y recuerdos que quedaron solas, en silencio, mirándonos desde las vitrinas.

17 March, 2008

Olas


Cosas inconclusas, van quedando en nuestra mente inconclusa, pedazos de palabras que no se dice, todas ellas quedaron inconclusas, asi es el recuerdo: el arte de las cosas inconclusas.


Vagando nuevamente por la playa, me encontré conmigo mismo. Lucia una cara desolada de tanto ayer, sangraba por la pluma escribidora, cansada de tanto llorar. No era sola la expresión de mi rostro la que me turbaba de sobremanera, también lo hacía el tumbao' funesto de mis pasos, sobrecogidos por la marea que cargaba en los ojos; las noches, las luces, los colirios y alcatraces no habián sido suficientes.


Haciéndome el tonto, lo saludé sin que me viera la cara, no quería asustarme al verme reflejado en la arena, sería como sentir en carne propia y literal, la paradoja que es vivir día a día de la misma manera, esta, no otra. Me estreché la mano con tal candidez que me hizo sentir que lo que hacia era incorrecto: me alejé


Ahora las caras eran similares, al fin y al cabo eramos lo mismo, era él y yo la misma mierda con distinto olor, eramos parte de la ironía que es volverme loco de recuerdos, sentir el quijotesco afán de hacer vida lo que de papel es. Querer enajenarme conmigo mismo hacia lo que en sentido estricto sólo es locura. sí, eso quería.


Mi rostro no distaba mucho de la extraña expresión del suyo. Solía ser así, solía tener ese aspecto de rabia/pena en los ojos, el mismo color gris de los pasos, como se dice. Estaba a unos metros vagos de él, no quería perderlo de vista ni un instante. Siempre soñé con desdoblarme y encontrarme en el arte de los pasos y los años, como se dice.


Se me acercó, me le acerqué. Los corazones latían inmóviles y frenéticos a la vez, se sentía el jadeo del miedo al ocaso de la historia: la muerte. Su rostro ya no lucía una expresión vaga, sino ahora lucía una expresión familiar: era la expresión frenética, el deseo oculto en los placeres estéticos de la escritura, el ansia de algo liberador, un hambre que sólo se saciaría con el ocaso de alguien: yo, en este caso.


Sentí esa rica sensación de placer/tortura, que se siente en el patíbulo, frente a la horca, pero no, no debía ser así. Él tomó mi cuello como se abraza al viento. Vi por primera vez mi risa, reflejada en otros labios, una ansia de felicidad, que en el pretérito, mi pretérito, sólo era una ilusión, sueños.


Yo desfallecía, él se encendía. Mi rubor, su rubor, ya no significaban nada mientras yo hacía mi epílogo en la arena. El aire ya no era necesario, sólo quería las olas...


Lo tomé y lo arrojé con gusto al mar, él siempre lo quiso así. Soñó siempre con encontrarse conmigo, y que yo acabase su tortura, como yo lo hice. Las olas hicieron el resto. Vi al final como pasaba a estado gaseoso, como se diluía, como sonreía. Yo sonreía.

No había suficiente espacio para los dos.